Si entendemos que uno de los elementos principales de una novela es la acción de la misma, entonces aquí no estamos ante una novela. En La elegancia del erizo no hay acción, no ocurre nada... es lo que llamaríamos una historia de personajes, en la que la acción se subordina al retrato psicológico de los protagonistas. Y antes de seguir perorando como si fuera una profesora de lengua o similar (¡qué locura) intentaré explicar el no-argumento de la historia.
Reneè es la portera de un lujoso edificio de París y cumple meticulosamente con todos los estereotipos de cualquier portera que se precie: arrastra las zapatillas al andar, tiene la televisión a todo volumen en la portería y muestra cara de acelga y mirada vidriosa ante cualquier frase mínimamente complicada. Pero si hay una expresión adecuada para describir a Renè es, sin duda, que las apariencias engañan. Nuestra sarcástica protagonista es de todo, menos simple y estereotipada. Cinéfila y lectora compulsiva, bautiza a su gato León por Tolstoi, y sus reflexiones sobre la sociedad y los personajes que la rodean nos muestran una inteligencia y un sentido del humor excepcionales. Y es que la novela es muy divertida, tan sólo recuerdo haberme reído tanto con algún título de Sharpe, con la salvedad de que en éste, el humor era menos sangrante, más facilón.
La otra protagonista de la historia es tan inteligente y reflexiva como Reneè, a pesar de tener tan sólo doce años. Paloma es muy crítica con su familia, a la que presenta como un estereotipo de la sociedad burguesa adinerada de París “Si se quiere comprender a nuestra familia, basta con observar a los gatos. Nuestros gatos son dos grandes odres atiborrados de croquetas de lujo que no tienen ninguna interacción interesante con las personas” O “en la familia estereotipo, yo me pido ser la rana intelectual de izquierdas”.
Las continuas digresiones no son un obstáculo para la lectura, sino que constituyen la base misma sobre la que edificar ese fino y caústico sentido del humor tan importante en la novela.
Ya hay versión cinematográfica, aunque no la he visto. Dudo mucho que me anime a hacerlo, puesto que la sensación agridulce, y el placer con el que he leído esta deliciosa novela difícilmente podrá mejorarse con ninguna película. Por si no ha quedado suficientemente claro, recomiendo fervientemente su lectura, sobre todo, a todos aquellos que disfruten de las sutilezas y la ironía como arma defensiva contra la realidad.