La muchacha anticuada es una novela de finales del siglo XIX escrita por Louisa May Alcott, autora muy conocida gracias al éxito de Mujercitas. Pese a lo interesante y avanzado de la figura de Alcott como mujer, muy activa en el panorama político y social, -abolicionista, partidaria del sufragio femenino-, la novela presenta una protagonista anclada en el estereotipo de la mujer ángel del hogar. A finales del siglo XIX los estereotipos femeninos se radicalizan de manera que encontramos dos polos opuestos, la mujer transgresora, sexual y que lleva a la perdición a los hombres, y la mujer angelical, madre, esposa abnegada y que sirve como "reposo del guerrero". Polly, la protagonista, responde a este segundo tipo de modelo. Cuando comienza la historia cuenta con apenas 14 años y ya supone un contraste con Fanny, la amiga con cuya familia se dispone a pasar unos meses. El contraste no radica solamente en la posición social de ambas, (Polly es de origen humilde y Fanny tiene todos los lujos posibles a su alcance), sino que también tienen caracteres diferentes, fruto de la distinta educación recibida. La historia se produce en dos momentos distintos, hay un salto temporal entre la Fanny niña y la Fanny muchacha que vuelve unos años más tarde para labrarse un futuro en la ciudad. Se trata de una novela de personajes donde no hay mucha acción salvo el devenir de las vidas de cada uno de los protagonistas.
Polly encarna todas las virtudes de la mujer de la época; abnegada hija y hermana que no duda en dedicar su vida al trabajo para que su hermano pueda estudiar, hacendosa en las tareas del hogar, bondadosa con el prójimo y paciente y cariñosa con niños y ancianos... es, como decía antes, el ángel del hogar. A pesar de lo "anticuado" que pueda parecer este estereotipo, sí que podemos extrapolar alguna de las realidades o enseñanzas del libro a nuestros días. Durante la primera parte, cuando Polly no es más que una niña, ésta se siente desplazada y al margen del resto de amigas de Fanny cuya máxima diversión es la de imitar los modelos de los adultos asistiendo a bailes, vistiéndose como pequeñas damitas o dedicándose a los cotilleos. Me ha resultado curioso que un libro de hace más de un siglo retrate una realidad que, salvando las distancias de usos y costumbres, puede adjudicarse perfectamente a una sociedad tan viciada como la nuestra, donde se sexualiza la imagen de las niñas en publicidad y televisión como si de pequeñas lolitas se tratara, donde niñas de diez o doce años visten ropa de quince o dieciséis mientras no levantan la vista de las pantallas de sus relucientes y modernos móviles. Quizá es que yo también me esté volviendo un poco retrógada, pero me gusta que las niñas sean niñas, no pequeñas adolescentes.
El libro puede resultar interesante para ver el prototipo de mujer ideal de la época, pero también resulta una lectura entretenida y de fácil comprensión incluso para jóvenes lectores.
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